Cuando un niño o adolescente acude a la consulta tras una radiografía inesperada y se topa con el diagnóstico de “fibroma no osificante”, surgen de inmediato dudas y, a veces, temores. ¿Qué significa que mi hijo tenga un “fibroma” en el hueso? ¿Necesitaremos operarlo? ¿Podrá seguir practicando deporte? Estas preguntas son frecuentes y comprensibles.
En mi experiencia como traumatólogo en Granada, he atendido a numerosos pacientes que, por casualidad, encuentran estas lesiones benignas en sus huesos. El objetivo de este artículo es aclarar esas inquietudes y ofrecer información basada en la evidencia más sólida de los últimos años.
El fibroma no osificante, también reconocido en la literatura internacional como non-ossifying fibroma (NOF), encierra un sinfín de matices. Aunque suele cursar sin síntomas y, en la mayoría de casos, no representa amenaza alguna, no podemos ignorar que, en contadas ocasiones, adquiere dimensiones que podrían poner en riesgo la integridad del hueso afectado. De ahí la relevancia de un buen diagnóstico y un seguimiento cuidadoso.
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Cuando hablamos de fibroma no osificante, nos referimos a una lesión compuesta por tejido fibroso que se forma dentro del hueso en sustitución del tejido óseo habitual. Un rasgo distintivo es su aparición en niños y adolescentes, coincidiendo con las etapas más dinámicas del desarrollo esquelético. En realidad, muchos fibromas no osificantes se detectan casi de manera incidental. Imagine que su hijo se da un golpe en la rodilla, se hace una radiografía de control y, de pronto, el radiólogo señala una “mancha” benigna que no se relaciona con la contusión reciente.
Los fibromas no osificantes conforman uno de los hallazgos benignos más habituales en edades pediátricas, situándose en la cabeza de la lista de lesiones fibro-óseas. Por lo general, se localizan cerca de la rodilla (fémur distal y tibia proximal), pero no es excluyente. También pueden situarse en otras metáfisis de huesos largos, como el radio o el peroné.
A menudo, los traumatólogos y radiólogos los describimos como “lesiones líticas, excéntricas, con un margen esclerótico” que, en la mayoría de los casos, presentan un comportamiento estático o involutivo (es decir, tienden a disminuir de tamaño de manera gradual).
La razón exacta de la aparición de los fibromas no osificantes sigue siendo motivo de investigación. Hay hipótesis que los vinculan a microtraumas o a situaciones de sangrado menor repetido en la zona de crecimiento, lo que desencadena una respuesta inflamatoria que se “fibrosa”. Otros autores subrayan que existe una base genética subyacente, apuntando a ciertos desajustes en las vías moleculares que regulan la transformación de células mesenquimales en hueso o tejido fibroso. Este tipo de hallazgos plantean la posibilidad de que algunas personas tengan una mayor predisposición a desarrollar estas lesiones.
En cuanto a la edad más propicia, se identifica un pico entre los 5 y 15 años, cuando el esqueleto está en pleno proceso de crecimiento. Por eso, si usted tiene hijos que practican deporte o están en la etapa de mayor estirón, es bastante probable —aunque no inevitable— que, de aparecer esta lesión, se identifique en esa franja de edad.
La mayoría de niños, niñas y jóvenes con fibroma no osificante ni siquiera saben que lo tienen, porque no les produce ningún síntoma evidente. Esto explica por qué el descubrimiento suele ser fortuito. Sin embargo, cuando la lesión alcanza un tamaño considerable o se localiza en un punto que soporta mucha carga, podrían surgir las siguientes manifestaciones:
Existen criterios más o menos establecidos para determinar la probabilidad de fractura. Lesiones que abarcan más del 50% del diámetro del hueso, aumentan el riesgo de fractura, especialmente si el niño es muy activo.
¿Debe preocuparse si su hijo presenta un fibroma no osificante? En la mayoría de los casos, no hay motivo para alarmarse, siempre y cuando se realice una valoración y/o seguimiento médico.
Radiografía simple: Este examen es el más frecuente e importante en la identificación de un fibroma no osificante. Normalmente se observa una zona radiolúcida, con límites claros y un halo esclerótico alrededor. Suele ubicarse en la metáfisis, en un área excéntrica.
Resonancia Magnética (RM): Aporta información clave sobre el componente intralesional, la extensión a la médula ósea y la posible afectación de tejidos blandos. Permite diferenciar el fibroma no osificante de otras lesiones malignas, gracias a sus patrones de intensidad en T1 y T2, así como al tipo de realce con contraste.
Tomografía Computarizada (TC): Útil cuando se requiere una caracterización aún más fina de la arquitectura ósea, sobre todo si se está planteando una intervención quirúrgica.
Biopsia: No suele realizarse de forma rutinaria, pero en casos atípicos o cuando hay discrepancias en la imagen, se recurre a ella para confirmar que se trata de una lesión benigna.
Es importante correlacionar los hallazgos radiológicos con la edad del paciente y la localización de la lesión. Un fibroma no osificante en un adolescente, con márgenes bien definidos y un tamaño moderado, raramente se confunde con algo más peligroso. No obstante, si la lesión surge en una zona inusual o en un paciente mayor, el enfoque diagnóstico podría variar.
En el ámbito del microscopio, el fibroma no osificante exhibe una proliferación de fibroblastos y células gigantes multinucleadas, dispuestos en un patrón de remolinos. Puede haber zonas de depósito de hemosiderina, lo que explica la tonalidad marrón o amarillenta cuando se inspecciona la lesión al microscopio.
Los fibromas no osificantes se han detectado alteraciones moleculares en las vías de señalización del factor de crecimiento. Este hallazgo concuerda con la idea de que existe una anomalía en la diferenciación celular. Aunque no hay un gen concreto que se asocie de forma unívoca a todos los fibromas no osificantes, ciertos subtipos podrían manifestar predisposiciones más marcadas.
¿Por qué es relevante conocer estos fundamentos moleculares? Porque de esta manera podemos entender mejor el comportamiento de la lesión y, en un futuro, podrían diseñarse terapias dirigidas que favorezcan la remodelación ósea en fibromas muy grandes.
En la mayoría de pacientes, el fibroma no osificante involuciona gradualmente. A veces, basta con comparar radiografías tomadas con meses o años de diferencia para notar que la lesión se ha reducido o, incluso, ha desaparecido cuando la persona alcanza la madurez esquelética.
No obstante, conviene remarcar algunas complicaciones descritas en la literatura:
El abordaje terapéutico depende, sobre todo, de dos factores: la sintomatología y el riesgo de fractura.
Si la lesión es pequeña y asintomática, lo más frecuente es adoptar una postura de vigilancia mediante radiografías periódicas. Pueden pautarse revisiones cada 6 o 12 meses, dependiendo del crecimiento esquelético y la evolución de la lesión.
En muchos niños, el fibroma no osificante se reduce hasta casi desaparecer. Este proceso de “osificación” o “reemplazo” se produce de manera natural. Mientras tanto, se aconseja mantener una actividad física moderada, sin excesos de impacto si se sospecha un mayor riesgo de fractura.
La cirugía se valora en casos de:
La técnica quirúrgica más habitual es el legrado: se abre la cortical ósea, se raspa la lesión fibrosa y, a continuación, se rellena la cavidad con injerto óseo. A veces, se requiere una fijación interna con placas o tornillos para estabilizar el hueso, especialmente si la lesión es extensa.
White y colaboradores (2020) resaltan el éxito de estas cirugías en fibromas catalogados como “gigantes”. Con un postoperatorio prudente y rehabilitación adecuada, los pacientes suelen recuperar la función normal de la extremidad.
El fibroma no osificante es, sin lugar a duda, una de las lesiones benignas más frecuentes y, al mismo tiempo, menos comprendidas por la población general. Lo más habitual es que cursen sin dolor y se detecten de pura casualidad. Aun así, la sola mención de la palabra “fibroma” en una prueba radiológica puede asustar, sobre todo a los padres de niños que empiezan a desarrollar su vida deportiva o que están en plena adolescencia. La gran mayoría de este tipo de lesiones no ha requerido más que controles periódicos.
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