La rizartrosis, también conocida como Artrosis de la articulación trapeciometacarpiana o carpometacarpiana (CMC) del pulgar, constituye una de las afecciones más comunes de la mano, especialmente en personas de mediana y avanzada edad. El término “rizartrosis” procede del griego rhiza (raíz) y hace referencia precisamente a la base del pulgar, donde se localiza la articulación con el hueso trapecio. Esta condición genera dolor, inflamación y limitación funcional, lo que puede afectar significativamente la calidad de vida de quienes la padecen.
En los últimos años, las investigaciones científicas han avanzado de forma notable en la comprensión de los factores biomecánicos, moleculares y epidemiológicos que influyen en la progresión de la rizartrosis. Además, han surgido nuevas técnicas de diagnóstico por imagen, terapias biológicas y procedimientos quirúrgicos menos invasivos. Este artículo busca brindar una visión integral de la rizartrosis y recopilar información actualizada y relevante para que los pacientes (y profesionales de la salud que consulten este texto) comprendan mejor la enfermedad, conozcan las opciones terapéuticas y tomen decisiones informadas en conjunto con sus médicos.
Si sufres de dolor en la base del pulgar, rigidez articular o dificultad para realizar tareas cotidianas como girar una llave, abrir frascos o sostener objetos, te invitamos a seguir leyendo este artículo. Encontrarás respuestas a muchas de tus preguntas y, sobre todo, obtendrás una visión optimista de las numerosas soluciones actuales.
Tabla de Contenido
La rizartrosis es la osteoartritis que afecta la base del pulgar, concretamente la articulación entre el primer metacarpiano y el hueso trapecio. Esta región soporta fuerzas mecánicas considerables, ya que el pulgar es fundamental para la pinza y la prensión. El desgaste del cartílago en esta zona conduce a la degeneración articular, el desarrollo de osteofitos (pequeñas prominencias óseas) y a la inflamación crónica.
El rasgo más distintivo de la rizartrosis es el dolor al realizar movimientos de pinza o prensión, lo que limita la funcionalidad de la mano y genera gran impacto en las actividades diarias, desde peinarse hasta escribir en un teclado o usar el teléfono móvil.
Según varios estudios epidemiológicos, la rizartrosis es más frecuente en mujeres mayores de 50 años, aunque también puede presentarse en hombres y en edades más tempranas, sobre todo si hay predisposición genética o factores ocupacionales.
El complejo articular del pulgar incluye varias articulaciones, pero la trapeciometacarpiana es la principal implicada en la rizartrosis. El primer metacarpiano se articula con el trapecio, conformando una articulación en silla de montar que permite movimientos de flexión, extensión, abducción, aducción y oposición del pulgar.
La estabilidad de esta articulación depende de ligamentos específicos (como el ligamento oblicuo anterior) y de la congruencia articular. Con el paso del tiempo o debido a la sobrecarga, el cartílago se desgasta y pueden aparecer fisuras y lesiones que desencadenan la respuesta inflamatoria.
La rizartrosis se considera un proceso multifactorial. Entre los principales mecanismos destacan:
Los síntomas más frecuentes incluyen:
El diagnóstico inicial se basa en la historia clínica y la exploración física. El especialista valora la presencia de dolor localizado en la articulación CMC, así como limitaciones en la amplitud de movimiento y signos inflamatorios.
Incluyen pruebas de laboratorio (para descartar otras patologías reumáticas) y escalas de dolor o funcionales para cuantificar la severidad de la afección.
El tratamiento no quirúrgico de la rizartrosis o artrosis de la base del pulgar (articulación trapeciometacarpiana) se basa en diferentes estrategias que buscan aliviar el dolor, reducir la inflamación y mejorar la función articular sin recurrir a procedimientos invasivos. Aunque cada paciente responde de manera particular a las distintas terapias, se considera que una combinación de métodos (fármacos, fisioterapia, inmovilizaciones selectivas, cambios en la actividad diaria, etc.) suele ofrecer mejores resultados que el uso de una sola modalidad de tratamiento.
Analgésicos de uso común (paracetamol)
Antiinflamatorios no esteroideos (AINEs)
Las infiltraciones o inyecciones intraarticulares son una alternativa muy utilizada para el manejo conservador de la rizartrosis, puesto que permiten la administración de fármacos directamente en la articulación afectada. Existen varios tipos de inyecciones:
Corticosteroides (corticoides)
Ácido hialurónico
Plasma Rico en Plaquetas (PRP)
Células Madre
La fisioterapia y la terapia ocupacional son pilares fundamentales del tratamiento no quirúrgico de la rizartrosis. A continuación, se describen con más detalle los componentes principales:
Ejercicios de movilidad y fortalecimiento
Técnicas de terapia manual
Termoterapia y crioterapia
Terapia ocupacional
Las férulas o inmovilizadores diseñados específicamente para la articulación trapeciometacarpiana permiten limitar los movimientos dolorosos y descargar parcialmente la articulación, dando tiempo a que disminuya la inflamación. Entre las opciones más frecuentes:
Férulas rígidas de termoplástico
Férulas semirrígidas o de neopreno
Vendajes funcionales o kinesiotaping
Control de peso corporal
Dieta equilibrada y suplementos
Ejercicio físico regular
Ergonomía y adaptación de herramientas
Educación del paciente
Aunque no constituyen la base del tratamiento, muchos pacientes exploran métodos complementarios para encontrar mayor alivio:
Acupuntura
Terapia láser de baja intensidad (LLLT)
Otras estrategias de medicina integrativa
En conclusión, el tratamiento no quirúrgico de la rizartrosis abarca un amplio abanico de opciones que van desde la farmacología y las infiltraciones intraarticulares hasta las terapias de rehabilitación integral, órtesis especializadas y modificaciones del estilo de vida. Adoptar una perspectiva multidisciplinar, en la que el médico, el fisioterapeuta y el terapeuta ocupacional trabajen conjuntamente, puede mejorar los resultados clínicos y, ante todo, la calidad de vida del paciente. Además, la educación e implicación activa de la persona afectada son determinantes para que se logre un control satisfactorio de los síntomas y se retrase la evolución de la enfermedad.
Cuando las opciones conservadoras no logran aliviar el dolor o la deformidad es muy severa, se puede optar por la cirugía.
Varios artículos de alto impacto describen el uso de prótesis de distintas características para reemplazar total o parcialmente la articulación dañada. Los implantes de silicona, cerámica o pyrocarbon han mostrado resultados variables a mediano plazo.
Esta técnica clásica consiste en resecar el hueso trapecio y utilizar un tendón del propio paciente para estabilizar la base del pulgar. Estudios a largo plazo muestran buenos resultados en la mayoría de los casos, aunque es fundamental una rehabilitación adecuada.
Consiste en fusionar la articulación para eliminar el dolor y estabilizar la zona. Está indicada en pacientes con trabajos pesados o en casos de inestabilidad severa. Sin embargo, la pérdida de movilidad articular puede limitar ciertas actividades.
La artroscopia se utiliza para valorar y tratar lesiones iniciales del cartílago y sinovitis localizadas. Permite una recuperación más rápida y preserva la anatomía de la articulación, aunque está indicada en casos seleccionados, generalmente en estadios iniciales o moderados de la enfermedad.
La rehabilitación tras la cirugía de la rizartrosis es clave para recuperar fuerza y funcionalidad. Se indica el uso de férulas postoperatorias y se programan ejercicios graduales de movilidad, siempre bajo la supervisión de un terapeuta de mano o fisioterapeuta especializado. Estudios demuestran que un protocolo de rehabilitación bien estructurado acelera la vuelta a las actividades cotidianas y reduce el riesgo de complicaciones postoperatorias.
Aunque algunos factores de riesgo (edad, predisposición genética) no pueden modificarse, existen medidas preventivas:
1) ¿La rizartrosis solo afecta a personas mayores?
Aunque se presenta con mayor frecuencia en personas de 50 años o más, puede aparecer en adultos jóvenes debido a factores genéticos, lesiones previas o sobrecarga.
2) ¿El uso de férulas o inmovilizaciones debe ser permanente?
No necesariamente. Muchas veces se utilizan las férulas de forma intermitente (por ejemplo, solo durante la noche o al realizar esfuerzos específicos).
3) ¿Las infiltraciones pueden curar la rizartrosis?
No curan la enfermedad, pero sí ayudan a controlar el dolor y la inflamación. Su efecto puede ser temporal y varía según el paciente.
4) ¿La cirugía siempre es exitosa?
La gran mayoría de los pacientes experimentan una mejoría significativa del dolor; sin embargo, los resultados funcionales pueden variar y dependen de la técnica empleada, la correcta rehabilitación y el grado de deterioro articular previo.
5) ¿Puedo seguir practicando deportes o actividades de fuerza?
Depende del grado de la enfermedad y del tratamiento seguido. Es recomendable adaptar las actividades y emplear órtesis de protección si se realizan deportes de alta demanda para la articulación del pulgar.
La investigación en rizartrosis sigue explorando múltiples áreas:
La rizartrosis es una patología frecuente que puede afectar gravemente la calidad de vida de los pacientes, limitando actividades cotidianas tan simples como abrir una botella o escribir en el móvil. Afortunadamente, la ciencia médica ha avanzado notablemente en la comprensión de esta enfermedad y en el desarrollo de terapias eficientes para aliviar el dolor y preservar la función de la mano.
Tanto los tratamientos conservadores (fisioterapia, férulas, inyecciones) como las opciones quirúrgicas (artroplastia, LRTI, artroscopia) pueden adaptarse a las necesidades de cada paciente. La clave está en un diagnóstico temprano y en un abordaje multidisciplinario que incluya al traumatólogo, al terapeuta de mano y, por supuesto, la implicación activa del paciente.
Si estás experimentando síntomas compatibles con la rizartrosis, o sospechas que podrías padecer esta afección, te animamos a que consultes con un especialista. El Dr. Eugenio Díaz, traumatólogo con amplia experiencia, podrá orientarte adecuadamente para encontrar la mejor solución a tu problema. Con un enfoque personalizado y apoyado en la evidencia científica más reciente, él y su equipo te ayudarán a recuperar tu calidad de vida y afrontar cada día sin dolor.
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